de que pago soy nativo,
si mi honrao apelativo
donde quiera voy luciendo.
Ni crean que ando escondiendo
que campo afuea me he criao,
porque siempre he comentao
con palabras muy sensatas:
¡vale más un criollo "en patas"
que el gringo mejor calzao!
Soy guitarrero y cantor
y en reuniones divertidas
tengo más amanecidas
que milico rondador.
También soy buen vareador
de algún flete encarrerao,
y el andar desocupao
pa mí no tiene importancia
pues no me falta una estancia
donde estarme de "agregao".
Yo sé buscar mi acomodo
en un mazo al barajar,
y el que me quiera probar
que se arremangue hasta el codo.
Soy parejito pa todo
cuando la mala atravieso,
y soy regular pa el "güeso"
como muy capaz también
de hacer un tiro por cien
sin tener ni solo peso.
Mi poncho pampa, heredao,
lo uso permanentemente,
pero no hallé hasta el presente
quien me lo hubiera pisao.
Y aunque soy muy educao
al cruzar por otras sendas
me he visto en varias contiendas
empuñando el cabo él plata,
pero ande afirmo la pata
no soy de errar con las riendas.
Sé dormir como un campero
tendiendo, el recao al raso,
y sé andar, si llega el caso,
bien vestido a lo pueblero.
Las bravuras de un coimero
no me causan sobresalto,
y como a nadie le falto
donde otro criollo se encumbre
a mí también por costumbre
me gusta volar bien alto.
Recordando mis picazos
(Foto: Eduardo Amorim)
Hará veinte años escasos
-cuando el trabajo abundaba-
en la güeya me floriaba
con mis catorce picazos.
Fletes prontos como hondazos
pero enseñaos con aplomo,
y tan sanitos del lomo
que no parecían de un pión,
sinó pingos de un patrón
o el lujo de un mayordomo.
Los catorce muy parejos
desde el hocico a la cola,
y a más, de una marca sola,
pa distinguirlos de lejos.
Y aunque estoy como los viejos
que están pidiendo una cruz,
mis picazos se hacen luz
y hasta la marca me tráin,
que es la de Oscar Zabalain
-hacendao de Chascomús-.
Con ellos bandié el Salao
en ciento y una ocasión,
y bandié el Samborombón
estando muy desbordao.
Cada pingo era un soldao
trás la madrina lobuna,
y no tengan duda alguna
que sin poner un testigo
en los años que les digo
fueron mi única fortuna.
Porque se me hizo muy feo
tenerlos en una "seca"
mi recuerdo se desfleca
al compás de un escarceo.
De agradecido, me arqueo,
como una vieja cumbrera,
y en "El Candil", de los Vega,
(que quiero acá mencionarlos)
tenía permiso pa echarlos
en el cuadro que eligiera.
Nunca me dió en preguntar
aunque tuviera confianza,
si era arisca o si era mansa
la trapa que hubo que arrear.
Cuando había que trabajar
con cualquiera me lucía,
y como en ellos tenía
la guapeza hacha arrogancia
no averigüé la distancia
cuando en un viaje salía.
Cuando no cabían cautelas
y trabajé en forma intensa
jamás les hice la ofensa
de arrimarles las espuelas.
Las lechuzas centinelas
muchas noches me chistaron,
y entre fríos que asustaron,
temporales o solazos,
mi lobuna y mis picazos
ni por broma me aflojaron.
Una vez, a un malacara
me lo patió un pico blanco,
y el pobre quedó tan manco
que temía no llegara.
Allá en el puesto de Lara
se lo dejé embozalao,
y el bagual amadrinao
cortó el atador, y agatas,
al galopito, en tres patas,
me alcanzó desesperao.
Pa mi fué el gusto mayor
a favor, o contra el viento,
verlos con el oído atento
al cencerro sonador.
Yo en el altar del valor
por mis picazos me inclino,
y pienso que en el camino
o pisando la gramilla
un paisano con tropilla
¡parece más argentino!

Hará veinte años escasos
-cuando el trabajo abundaba-
en la güeya me floriaba
con mis catorce picazos.
Fletes prontos como hondazos
pero enseñaos con aplomo,
y tan sanitos del lomo
que no parecían de un pión,
sinó pingos de un patrón
o el lujo de un mayordomo.
Los catorce muy parejos
desde el hocico a la cola,
y a más, de una marca sola,
pa distinguirlos de lejos.
Y aunque estoy como los viejos
que están pidiendo una cruz,
mis picazos se hacen luz
y hasta la marca me tráin,
que es la de Oscar Zabalain
-hacendao de Chascomús-.
Con ellos bandié el Salao
en ciento y una ocasión,
y bandié el Samborombón
estando muy desbordao.
Cada pingo era un soldao
trás la madrina lobuna,
y no tengan duda alguna
que sin poner un testigo
en los años que les digo
fueron mi única fortuna.
Porque se me hizo muy feo
tenerlos en una "seca"
mi recuerdo se desfleca
al compás de un escarceo.
De agradecido, me arqueo,
como una vieja cumbrera,
y en "El Candil", de los Vega,
(que quiero acá mencionarlos)
tenía permiso pa echarlos
en el cuadro que eligiera.
Nunca me dió en preguntar
aunque tuviera confianza,
si era arisca o si era mansa
la trapa que hubo que arrear.
Cuando había que trabajar
con cualquiera me lucía,
y como en ellos tenía
la guapeza hacha arrogancia
no averigüé la distancia
cuando en un viaje salía.
Cuando no cabían cautelas
y trabajé en forma intensa
jamás les hice la ofensa
de arrimarles las espuelas.
Las lechuzas centinelas
muchas noches me chistaron,
y entre fríos que asustaron,
temporales o solazos,
mi lobuna y mis picazos
ni por broma me aflojaron.
Una vez, a un malacara
me lo patió un pico blanco,
y el pobre quedó tan manco
que temía no llegara.
Allá en el puesto de Lara
se lo dejé embozalao,
y el bagual amadrinao
cortó el atador, y agatas,
al galopito, en tres patas,
me alcanzó desesperao.
Pa mi fué el gusto mayor
a favor, o contra el viento,
verlos con el oído atento
al cencerro sonador.
Yo en el altar del valor
por mis picazos me inclino,
y pienso que en el camino
o pisando la gramilla
un paisano con tropilla
¡parece más argentino!
Mi compañera

Hecha a montes y rastrojos,
gaucha, linda y potrancona,
su alegría y su persona
me dentraban por los ojos.
Luego el trato, la confianza,
el verla guapa y sufrida
me añudaron a la vida
con un hilo de esperanza.
Cavilaba en su inocencia...
yo era un medio diente duro;
muchas ocasiones, juro,
me asustó la diferencia.
Pero, aparté desengaños
y me acordé del consejo:
No olvidés ni cuando viejo
que en amor, no cuentan años.
¡Y áhi corajié!... Una mañana,
gaucho también, de improviso,
sin palabra y sin permiso
le di un beso en la ventana.
